La tradición de los Carnavales es, como fiesta, una de las invenciones de mayor éxito de los pueblos. Este fin de semana, he tenido la suerte de poder vivir el CARNAVAL DE MONTEHERMOSO. Todo empezó el domingo 19 sobre las 17h, cuando en apenas en unos segundos, un grupo de carnavaleros dotado de los más sofisticados instrumentos para el desfile, comienza a inundar con sus sones el aire transparente en la Plaza de la Constitución. El Parque Felipe al fondo, y tras la puerta de entrada, una superficie boscosa que otrora era una charca, dormita ajena e ignorante al evento.
En otro preciso instante, aparecen grupos de vecinos llenos de alegría con la infancia no olvidada. Las gentes se arremolinan ante ellos que imitan a un número de circo. Unos acuden prestos a observar el acontecimiento, que pronto caldeará definitivamente la situación; otros se aprestan a conquistar los mejores lugares. Los niños irrumpen con sus ropas de multicolores, con una serenidad que pareciera digna de otras edades. La música de los coches estalla entre el gentío hambriento de juerga, y la propia calle, se convierte en improvisada pista de baile. Se aparcan de forma inmediata las artrosis, lumbagos, reumas, gotas y el resto de dolores que acompañan los otros días del año. El espectáculo vive sus inicios. La Policía Local, presente en el acto, destaca por su talante de mando. Dos mujeres se mueven entre la gente, menudas y ágiles, y se adueñan de un sitio preferente.
Sobre la pista callejera, los disfraces más variopintos desafían a un sol que, por común ya, ha dejado de ser impropio. Los padres van y vienen animosos, con las pequeñas ilusiones de la vida, con los dolores de antes de ayer pegados a los huesos, con las miserias del campo y las ropas de faena. Y esas verdades que están hoy apartadas en los rincones de las almas volverán de nuevo a apoderarse de las rutinas de la fiesta.
El Carnaval no es más de lo mismo; sino más bien al contrario, porque sobrepasa con mucho en solera y antigüedad a sus presuntos competidores, por la vinculación al calendario religioso, la singularidad sin parangón de sus disfraces, el ademán lúdico y burlesco ante el orden establecido, poniendo en solfa sus respetabilidades sin dejar títere con cabeza. Todo ello en clave humorística de bullanga y alegría, involucrando en el rollo a todo el vecindario: niños, jóvenes, mayores, abuelos y, como antes se decía, militares sin graduación.
Espectáculo total en las calles de Montehermoso, inmersa en el planeta de los disfraces.