El Día del Corpus
Fue maravilloso vivir este acontecimiento en el pueblo de Montehermoso, pues el sol lucía con el encanto resplandeciente de algunas mañanas de verano. Me empapé de olores a juncias y de pétalos muy variados por esas calles adornadas con sus mantones más selectos, consiguiendo alcanzar la armonía que necesito a veces; todo era nuevo y sorprendente, emotivo y admirable, con altares escenificados por sus gentes honestas, de donde arrancaban los suspiros por aqui, y las sonrisas por allá, que desprendían un olor a felicidad esparramada. Disfruté como nunca y hasta las pulilas se me dilataron, por lo que tuve que adornar el ambiente con mis excesos contenidos durante bastante tiempo del trayecto. Acabé el recorrido en la Plaza Morón, un lugar paradisiaco entre sombras perdidas y el pozo de piedra añeja que servía de soporte al último altar y que conferían al entorno un grado de elegancia dificil de superar. Miré por todos los sitios, rebusqué entre la gente y encontré todo notable; todo era pausado y relajante, lo que yo necesitaba en aquel instante. Volví sobre mis pasos anteriores, pero ya recreándome en algunas cosas que antes no había percibido y en uno de los altares, percibí un Sagrado Corazón triste que transmitía destellos de fe y esperanza. Ni que decir tiene, que las fotos iban acumulándose paulatinamente en mi cámara, que se ha convertido en mi amiga más fiel.