Desde tiempos remotos, los agricultores daban gracias por la llegada del verano (el Solsticio de Verano), para obtener mejores cosechas y por disponer de más horas para cumplir con sus
tareas agrícolas; todo ello, manifestándolo con grandes muestras de alegría festivalera, ligada a tradiciones ancestrales y cuyo protagonista principal solía ser el
fuego (que en nuestras latitudes se denomina Noche de San Juan) y los rituales asociados a él. Por esta razón, fogatas y ritos de fuego de toda clase se iniciaban en la
víspera del pleno verano, para simbolizar el poder del sol y ayudarle a renovar su energía.
Iban asociadas a creencias de todo tipo, desde que era posible, si se iba al lugar adecuado, comunicarse con los dioses, pero sobre todo, con los seres elementales de la naturaleza, con
tendencias positivas, relacionadas con la prosperidad, la fecundidad o el amor.
En Montehermoso, estas fiestas de junio fueron celebradas con mucho entusiasmo por sus gentes, pero en la actualidad, han quedado reducidas simplemente a un ferial de columpios.
De todas maneras, para mí, todo ha sido nuevo, como niño recién lavado, pues he visto las calles llenas de música y de aromas festivaleros: con el harbumguesero ambulante y la blanca fragancia de las personas que pululaban por aquí y por allá.
Ahora bien, recordando el significado de las fiestas ancestrales, me han venido a la memoria imágenes insólitas de cuando camino por los alrededores del pueblo: el verde oscuro de la enhiesta hierbabuena, los racimos malvas de las lilas, la clara y diminuta albahaca de los patios, el amarillo pálido de las flores de la acacia, las minúsculas y azarosas blancuras en flor de limoneros y naranjos, los recios efluvios del maiz alzado en la vega del río Alagón, y la fortaleza endiablada de la hierba quebrada, brillante y amarilla, que se me adentra en el corazón como aquellas ancestrales costumbres del fuego abrazador; sin olvidar el trascendido olor de las jaras del camino hacia La Puente, la flor desplomada de las adelfas, en el Parque Príncipe Felipe, la palidez delicada de los membrillos, el arrebol de las cerezas y la labrantía rojez de las amapolas en los campos crecidos de Valdefuentes sin dejar de mencionar las rosas jardineras del Parque de Abajo.
Todo ha sido nuevo, todo lleno de color y diversión adaptada a nuestros tiempos. montehermoso-y-sus-gentes.com