En las grandes ciudades, el comienzo del otoño, las primeras lluvias y bajada de temperaturas, vienen acompañadas de un rico olor que se cuela por las calles: las castañas asadas. Asadas, crudas, cocidas o dulces, las castañas llevan siglos siendo las protagonistas del otoño y también de las fiestas que se celebran el Día de Todos los Santos.
En éste sentido, muchos pueblos de la geografía española suelen celebrar el Día de Todos los Santos con la conocida fiesta del Calbote, Calbotes, Calbotadas, Día del Carbote, Carboteo, La "Moragá"..., en las que se organizan excursiones para ir al campo y asar castañas, hacer barbacoas entre amigos y familiares, comer higos secos, nueces, granadas, etc. También rutas por caminos castañeros, degustaciones del fruto acompañado de anís, bailes tradicionales o concursos, entre otras actividades.
Concretamente, en la comunidad extremeña podemos encontrar
“La Moragá” de Serradilla, “Los Tosantos” de Alconchel, el “Magusto” de Carbajo y Valencia de Alcántara, “La chaquetía” de Mérida, Calzadilla de los Barros y Bienvenida. Castañar de Ibor recibe ese nombre porque el bosque de castaño predomina en su municipio. En nuestras tierras se les denominan “La chiquitía” de Santibañez el Alto y el Bajo, “La Borrajá” de Hoyos, “La calbotá” , “La corrombla” de Villanueva de la Vera, “La carvochá” de Las Hurdes, “Los calbotes” de Montehermoso, Plasencia y en Bohonal de Ibor, o “El Carbote” de Casar de Cáceres.
Hay paseos que en otoño constituyen una obligación para todo aquel que viva en Montehermoso. Ese romanticismo que tantos quisieron ver aquí no ha cambiado mucho en escenarios como los Paseos por los alrededores del pueblo, y uno que resalto entre todos es el que nos lleva a la DEHESA BOYAL, con una de las estampas más bonitas del mundo (y esto no es una exageración). El otoño de la dehesa es explícito por sus intrincados caminos que nos deleitan con mil olores variados. Pero hoy, día 1 de noviembre, se nos presenta algo especial con la FIESTA DE LOS CALBOTES, donde familias, grupos de jóvenes y los más pequeños, acuden a sentir el placer momentáneo de comer, entre otras cosas, las castañas calientes.
Ayer, la mañana fue maravillosa, aunque el sol no lucía con el encanto resplandeciente de algunas mañanas de otoño. Me escapé por esos caminos perdidos de la DEHESA y conseguí alcanzar la paz que necesito a veces; todo era nuevo y sorprendente, emotivo y admirable, con paisajes encharcados por las últimas lluvias de donde arrancaban las encinas por aqui, y las jaras por allá que desprendían un olor a menta esparramada. Acabé en un lugar paradisiaco entre sombras perdidas y las piedras erguidas de los dólmenes apuntando al firmamento, que conferían al entorno un grado de fantasía dificil de superar. Entusiasmado, miré por todos los sitios, rebusqué entre los chaparros y no encontré nada notable; todo era pausado y relajante, lo que yo necesitaba en aquel instante. Volví sobre mis pasos anteriores, pero ya recreandome en algunas cosas que antes no había percibido. Ni que decir tiene, que las fotos iban acumulándose paulatinamente en mi móvil, que se ha convertido en mi amigo más fiel.
El otoño, además, es una estación donde los hábitos cambian. El frío comienza a permear la ciudad y las costumbres.
Aspiro a que estas palabras constituyan mi pequeña contribución para que las fiestas locales constituyan el acervo cultural de nuestros pueblos, tan olvidados y hasta, a veces, maniatados por la desidia de sus propios moradores.