Solo las MADRES conservan el misterio de las viejas glorias. El reconocimiento que tenemos de ellas es tan grande que recurrimos a las ensoñaciones para vivirlas eternamente.
- Tienes que verla, MAMÁ; deja ya de hacerte más tiempo la cieguecita.
- Si tú me lo cuentas, da lo mismo. ¿No ves lo que pasa en los sueños?, que, si un personaje del sueño se pone a contar algo, pues no es que oigas lo que dice, sino que estás a tu vez viéndolo, soñándolo. Lo mismo en la realidad. Venga, ¿quién es a la que tenía yo que ver?.
- Es una viejecita de canas algo revueltas, con gafitas, siempre en un medio miradorcillo de la casa de enfrente a mi izquierda, casi a la altura de mi piso.
- Y ¿qué le pasa?
- Está ahí sentada en un sillón de mimbres, una toquilla liviana por los hombros, lo más del tiempo haciendo ganchillo, con los dedos y todo algo enguruñidos, pero con qué viveza, o a ratos, si le da algo de calor, se abanica al desdén con uno de varillas como de marfil y rosas rojas.
- Y ¿siempre sola?
- De tarde en tarde le viene alguno por detrás, le toca un hombro o le da un beso en las canas, cruzan alguna palabra que desde aquí no oigo, pero ella no le echa mucha cuenta y sigue enseguida con lo suyo.
- Ya. Y ¿Qué es lo que querías que viera? ¿Sólo eso?
- No: son las risillas.
- ¿Las risillas?
- Que a cada paso la veo que, agachándose sobre el ganchillo o medio tapándose con el abanico, se echa ella sola unas risillas secretas que se le estiran las comisuras y los frunces de los ojillos.
- Ya la veo, MAMÁ. Y ¿sabes lo que decía mi abuela?, que el que solo se ríe, de sus maldades se acuerda.
- Habrá que imaginar cuáles son esas maldades suyas.
- Mírala, otra vez, tan linda. Pero juguemos a eso, hagamos como que tiene que reírse de algo, y adivinemos de qué será. Tú la primera.
- ¿Seré muy mala si digo «Aquí estoy a mis 93 tan fresca, y todos aquéllos que tanto se las daban se han ido quedando por el camino»?
- Sí, demasiado mala, para la carita que ella tiene. Puede ser que diga: «Me compran regalitos para tenerme contenta, pobrecillos, y no saben que a mí regalos que se compran... Todos a la asistenta en cuanto se descuidan».
- Mejor alguna malicia que haya hecho, como «Le dije a mi trasnuera de qué bien la cirugía esa que se ha hecho en el cuello, y no el adefesio que se ha quedao hecha, como gallina desplumada».
- Tampoco tiene que ser tan malicioso; tal vez alguna jugarreta con un biznieto: «no le dejan al chiquilín tener postales de desnudas, y ¡cómo se lo pasa cuando viene aquí, que se las tengo guardadas en el misal!»
- ¡Qué fresca que la haces, MAMÁ, a la viejecita! Pero sí, es verdad: quizá sea algo como esto: «Tantos, tantos años haciéndome creer cuentos de religiones y leyes y gobiernos, y ahora que he dejado de creer en nada, ellos ni se dan cuenta».
- Mírala otra vez, qué risilla se le vislumbra: como si nos estuviera oyendo.
Solo las MADRES conservan el misterio de las viejas glorias. El reconocimiento que tenemos de ellas es tan grande que recurrimos a las ensoñaciones para vivirlas eternamente.