No es fácil escribir, y aún menos, si se trata de hacerlo sobre algo tan peculiar como son las fiestas navideñas de nuestros antepasados.
Cuando se va a decir lo que se ha vivido -lo que se cree haber vivido-, se descubre que no todo es tan cierto, que hay que seguir viviendo años y más años para poder escribirlo de manera digna y eficaz. Y cuando se dispone uno a escribir del pasado, resulta que tampoco era de esa manera. Y es que todo está a medio hacer cuando se trata de la NAVIDAD en MONTEHERMOSO.
Es difícil imaginar, el campo pelado y barrido por el frío viento de la dehesa montehermoseña, donde ahora se ve a lo lejos el chozo DANIEL abandonado que aún existe en uno de los montículos de la DEHESA BOYAL. Ni siquiera la encina, que se habría plantado delante de la entrada, para dar sombra y refrescar los tórridos veranos, manteniendo sus hojas, y también, dentro del habitáculo, lo que alguna vez habría acogido una cama, en lo que en aquellos tiempos serviría para disfrutar el descanso, posiblemente compartido. Pero, ¿qué fue realmente esa ese chozo? Un refugio.
Un humilde refugio que ayudó a evitar la frialdad del entorno y del resto del mundo.Un refugio que permitió rehacer, con las dificultades de su devenir humano, el misterio de la vida que genera sentido. La convención de las noches invernales dentro de un chozo no es ninguna vulgaridad, hay que tener fuerzas infinitas y destreza mental. La certeza de que el destino humano tiene un sentido, que somos parte de una realidad abierta a la trascendencia, que la única pregunta importante para esas gentes de la dehesa, tiene respuesta, una respuesta convertida en buena amabilidad.
Camino entre las encinas de la dehesa, por estas rutas que tanto amo, que tantos recuerdos me traen, embozado en mis nostalgias. Voy sin rumbo, sabiendo que todas las rutas son diferentes, pero siempre vuelvo al punto de partida, después de múltiples cambios, recovecos e ilusiones. Recorro sus rincones que me retrotraen años atrás, meses atrás, semanas atrás. Por estos lares, apenas se oyen voces, y las pocas que hay son ahogadas por el crujir de los árboles que se apelotonan por los senderos secos de lágrimas.
Todos los senderos tienen recorridos psicológicamente múltiples, sólo hace falta saber elegirlos adecuadamente para llegar bien a casa, maravillado de imágenes olvidadas, de mis recuerdos y de mi
presente. Abro la ventana de mi dormitorio para que entre el frío de la tarde, y allí en la lejanía encuentro, aún abandonadas, las hojas secas de la encina del
chozo esperando inmóviles las manos del inquilino que les de calor. A lo lejos, veo las casas que están insolentemente iluminadas con ridículos rayos solares, con
pájaros que vagan sin sentido.
Es una exacta imagen del alma colectiva de las gentes perdidas en el asfalto malhiriente. Sus vidas son un camino aburrido que les seduce porque el aire contaminado les da en la cara de frente.
Viven de la mentira que creen a pies juntillas porque les han quitado las grandes verdades, que están prohibidas. Y veo a la muchedumbre avanzar perdida, y yo perdido en ella, solo con mis
recuerdos.
Siguen y seguirán las voces que proponen el sinsentido del abandono de los
chozos, en un universo carente de propósito, un universo abarcable desde el conocimiento, pero inhóspito para quienes sienten y aspiran a que los límites de su
existencia vayan más allá de lo que vemos físicamente desahuciado. Voces de fuera, y también de dentro de cada uno de nosotros.
Me sabría mal que se entendiera esta
reflexión como un ataque a la DEHESA BOYAL, ya que, en definitiva, lo que sostengo casi va en un sentido contrario. Pienso que su protección, para quienes realmente creen en su valor
paisajístico, es algo bastante más serio que lo que se pueda pensar.
En mi casa hay un pequeño belén con forma de chozo, que he visto por los senderos de la DEHESA BOYAL de MONTEHERMOSO. Por eso lo debo de sentir vacío.
Que nos reconforte ante la
proclamación como Parque Periurbano de Conservación y Ocio por Consejo de Gobierno de la Junta de
Extremadura, el pasado día 11 de noviembre.