El poderoso zumbido del buitre, que navega pico a viento envuelto en su propio trazo sonoro, fue el elemento delator de su presencia en el núcleo urbano de MONTEHERMOSO, el día 20 de octubre.
El valiente viajero por los espacios del aire, ha atravesado territorios lejanos y extensiones de la dehesa, en un esfuerzo que somos incapaces de valorar, para llegar hasta nuestros campos que serán para él una estación de alimento, una ferroviaria estación de trasbordo, para tomar la dirección de los territorios más densos de arboleda, arroyos, torrenteras, acequias montaraces y escorrentías, más frescos en sus temperaturas diurnas, más apartados de los mundanales rugidos de una civilización de la que huyen porque tienen la sabiduría ancestral que les ha prestado la Naturaleza.
Pues hasta aquí ha llegado el joven buitre para dejarnos, invitado de gracia y exquisito, su pequeño regalo que hemos visualizado en el sosiego de jardín del parque “Príncipe Felipe” atardecido con una última luz esplendente. Ha volado en una tesitura armónica y ha conmovido
nuestros corazones hasta casi la lágrima furtiva. Hemos constatado una vez más y gracias a él, la brevedad de la belleza, la transitoriedad de lo hermoso y todo lo que hemos de valorar esos
instantes en que el mundo se reduce a un vuelo sostenido y pugnaz, armónico y trémulo que nos conduce a esos espacios de soledad y silencio que añoramos y en los que otros senderos, como el del
agua y el viento, completan un escenario inmejorable.
Ahora ya, puesto que vamos camino de las bajas temperaturas, de los desapacibles fríos, el ave volará alto, desertará de nuestros lugares, de las fuentes domesticadas, para saborear el tiempo del
invierno emboscado en la frondosidad de los bosques más alejados del tráfago incesante del mundo abocado a los ruidos y las intemperancias.
Con una perfección de vuelo, el pequeño buitre atravesó el aire montehermoseño con dirección de flecha. El color de su plumaje, fue una miga en el cielo de la jornada, y el silencio de su cuerpo
dejó un hueco profundo en nuestras conciencias de hombres ocupados que no se detienen a mirar nada abrumados por las prisas.