Con este incendio, se nos va gran parte de nuestras vidas. Ahora, hoy, un ocho de agosto, escribo con tristeza porque hemos perdido un trozo de NATURALEZA.
Con la pluma herida por el incendio, escribo atormentado por las imágenes que han impregnado mis ojos llorosos y es que venidos de un tiempo en el que estaba prohibido expresar esos sentimientos, llorar estaba mal visto. Era algo desagradable, lo que uno no podía permitirse jamás. Por suerte aquello se fue y este desgraciado episodio, nos ha demostrado, que antes que figuras imprescindibles, somos eso, seres humanos. Este ejemplo es lo que uno más agradece.
Esa gente concreta, que hoy deambula entre obituarios y clamorosos recuerdos del ecosistema ideal, es la que va corriendo a las puertas de las casas a llorar por sus propiedades quemadas mientras se preguntan cómo se ha podido llegar a ésta desgracia tan atronadora.
Es difícil encontrar palabras que describan con una exactitud tan cruel, la pérdida de esos bellos paisajes con la finitud del tiempo y de la NATURALEZA que los esculpió, porque es nuestra propia historia, nuestra conciencia misma de que fluye la vida entre las manos, como el agua de sus entornos, como el mineral que le conforma, como el viento que le adormece.
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