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- MONTEHERMOSO: Parque "Príncipe Felipe". La noche montehermoseña embruja y con su halo de misterio envuelve esta parte del pueblo.

- Parque "Albadil". En la caída libre, en la pelea entre el agua y la roca, no se escucha nada más. Las cortinas de agua rugen, chapotean en las fisuras, sisean al pulverizarse... y algunas aves, aprovechan para dejarse oír.  

- Si el agua cantara tendría la voz del arroyo del Pez: Sería un sonido capaz de brotar fresco como el manantial que guarda la serenidad de la Fuente Jerrao, en la Dehesa Boyal.

- La Puente con su arroyo Tuna. Un puente de piedra, que aún sobrevive al tiempo, une las dos orillas de esta angostura de rocas y arbustos pertrechos. Empieza un día de frío penetrante y la tarde, al fin, se hace algo más suave. 

- Ermita de San Antonio. Parece lo más oportuno centrarse en lo que la ermita ha supuesto, supone, y debe suponer, para un pueblo que siempre ha mirado hacia esta atalaya espiritual en busca de luz para su existencia.

- Ermita de San Cristóbal: Es un paseo extremadamente romántico, pues además tiene bancos donde puedes dejar descansar los posibles problemas que tengas; un arroyo que deja discurrir el agua impaciente y con una "pasaera" que nos permite alcanzar la otra orilla sin mojarnos, y para completar el entorno, una ermita coqueta que nos acoge sin remordimientos.

- Día de todos los Santos. El cementerio tiene su entrada a la izquierda de la Dehesa y se derrama en dirección al interior del campo santo suavemente; con rincones singulares que, sin embargo, no son el único lugar donde la letra impresa de sus nombres perennes asientan sus realidades terrenales. Los habitantes de este pueblo extremeño están convencidos de tal afirmación y no exageran, porque ha sido una labor firmemente lograda en el transcurso del tiempo.

- Embalse del pueblo. La luz del ocaso se intercala con sus troncos creando un conjunto armonioso y se puede disfrutar de atardeceres espectaculares, porque el sol se refleja en el monte ondulado, mientras disfrutamos de la tranquilidad que se respira en el entorno. 

- Las míticas gárgolas de la iglesia ofrecen el agua que riega el suelo desmembrado, con un perfil que nos contempla desde cualquier ángulo, en sus variaciones constantes de dolor, según la hora del día. 

- Parque Periurbano de Conservación y Ocio Dehesa Boyal de Montehermoso. Merece la pena contemplar desde aquí el panorama que nos rodea, tras la que se asoma escorada la quebrada línea de la loma, que solo encuentra reposo cuando alcanza el espejo que es el agua embelesada del arroyo PEZ.

- Ermita de San Antonio. Tal lugar es un punto álgido del pueblo, atalaya privilegiada por su ubicación y -por qué no decirlo- también de sus buenas esperanzas, su emotividad efusiva... En definitiva, de la historia contenida en sus soberbios muros.

- El mirador de la Calleja del Pato ofrece unos senderos de ensueño en los que el sol se esconde entre las pequeñas grietas del granito tenaz. 

- La vía pecuaria. Los primeros rayos de luz aparecen tímidos entre las montañas y se extienden sobre las laderas más lejanas, sin dejar de iluminar el camino de la Puente y, en solo unos minutos, desterrar las sombras de las encinas, los olivos, los jardines y las calles del pueblo casi adormecido.

- Hay escenas costumbristas que han generado encendidos elogios del pueblo, fascinando por esas estampas, ya desaparecidas, de campesinas que vendían fruta y animales en el mercado de Plasencia. 

- El espectacular embalse del pueblo a la escucha de un paisaje sonoro: el suave discurrir del agua embalsada y la pérfida ondulación de las hojas casi a punto de marchitar. 

-  Los montehermoseñ@s tienden a la alegría de un modo casi sospechoso, y uno no puede hacer otra cosa que dejarse ir, dejarse acunar entre sus miradas y sonrisas de este singular pueblo extremeño.

- Debemos comprobar si la fotografía puede cambiar lo que nos provocan nuestros recuerdos y de manipular nuestra memoria. Una simple imagen puede hacer que algo se nos quede grabado, que cambie nuestra sensación sobre una experiencia o lo que recordamos de ella. Es muy importante cómo permite contar las cosas de otra forma.

- Un mundo donde los pájaros no tienen la necesidad de mirar al cielo; donde la luna hace horas extras para sacarle una sonrisa a las cumbres; donde las aguas se caen desde las aristas de los pedregales de la ladera y que se reconocen por sus colores variopintos.

- Viajamos al pasado, a los hermosos parajes donde los hombres del Neolítico elaboraron ese sabor a antiguo que cautiva a propios y extraños. Se trata, pues, de una invitación al paseo, con el libro bajo el brazo, a detenerse en un rincón del Parque Periurbano de Conservación y Ocio Dehesa Boyal. 

- En el aire, restallando contra la roca, la lluvia dibuja ocasos perdidos. Pero pronto la roca vuelve a empinarse, el agua se acelera y manda callar a los árboles silbantes. Es un lugar perfecto también para buscar, y seguramente encontrar, paz y tranquilidad. 

- Ermita de San Cristóbal. La historia de este lugar, como la del entorno que lo integra, ha estado siempre marcada por el esfuerzo de ofrecer respuesta a la esperanza de custodiar a los automovilistas. 

- Cuando tras el otoño simplón la tierra ha perdido su capa de vegetación y las rocas dejan sus secretos al descubierto, es fácil observar las marcas de un pasado que se remonta más allá de los dinosaurios y es posible caminar junto a piedras graníticas, redondeadas por el ajetreo persistente de la Naturaleza.

- La tierra verdea, se cubre de un manto vegetal que había desaparecido tras el otoño. Las laderas comienzan a colorearse y se pintan con el amarillo de las retamas, rojo de las solitarias amapolas, violeta adormecido para las lavandas, y el blanco levemente punteado de las jaras.

- Los pájaros están desquiciados porque esta Semana Santa de lluvia perezosa, los mantiene alejados de sus  árboles, ya que la primavera parece haber llegado con intenciones descontroladas.

- En primavera, los tonos ocres van dejando paso a los verdes que lucen intensos bajo el sol y ya se vislumbran las primeras flores de diversos colores. 

- Parque "Príncipe Felipe": parterres de árboles majestuosos, que se esconden de las miradas curiosas de los visitantes; donde los surtidores de su fuente interpretan un nuevo movimiento en la sinfonía que se inició en esa caprichosa armonía del destino y donde el murmullo del agua parece susurrar los secretos centenarios del pueblo.

- LA PUENTE: entre el arroyo y el camino rural, una construcción contempla el continuo devenir del agua silenciosa y senderistas que se internan en parajes misteriosos. Es un ruinoso molino olvidado que antaño dio con ahínco su trabajo fructífero.

- El aroma de las jaras se vuelve húmedo y denso, se impregna de los matices amargos de sus ramas que crecen en la umbría y crean túneles verdes que ocultan el cielo. 

- En sus alrededores, hay sencillos bloques de piedra donde los senderistas se detienen para guardar un instante de descanso e imaginarse historias de personajes antiquísimos, a quienes, por primera vez, recorren las entrañas de las lomas montehermoseñas.

- SEMANA SANTA. Un lugar que el turismo, por fortuna, aún no ha invadido y que, siendo tan parecido al mundo actual, sigue manteniendo sus tradiciones. Es así, de tal manera, que cuando te ven se alegran de tu presencia. Inmediatamente la gente te acoge, te disuelves en el pueblo.

- En MONTEHERMOSO, bordean pequeños tajos que caen sobre el cauce oscuro del embalse, donde según las viejas leyendas de las gentes del pueblo, los peces saltan como queriendo alcanzar el firmamento.

- MONTEHERMOSO es como morirse en los brazos de tu amante, si lo tienes. También puede ser un amante ideal, ese que te acompaña como ninguno cuando vas solo/a por un lugar como este.

En el interior del agua siempre hay sorpresas que hablan de nosotros.

- CRUZ DE ANSOMÁ: ofreciéndonos una espectacular panorámica del terreno sin tener que caminar demasiado. Observarlo al atardecer o incluso cuando las estrellas empiezan a iluminar el cielo, es una experiencia única.

- No ha llegado la PRIMAVERA como la esperaba, con paraguas emsombrecido, vestido de invierno, arrojando sonrisas y miradas halagueñas. Nos llegó después de días soleados y tibios, entre esperanzas manifiestas y sorpresas dormidas.

- Cada día, en un pueblo como MONTEHERMOSO –lleno de calles abigarradas y laberintos mágicos–, los vecin@s se dejan disolver por sus amplias plazas verdes.

- Los cauces de los arroyos, generan singulares paisajes y corredores que colorean la imagen de la montaña.

- La localidad mantiene la típica arquitectura montehermoseña con sus intrincadas calles, sus casas de piedra berroqueña de la zona y los típicos dinteles que enmarcan la entrada a sus casas.

- La Cagadorra: Es un recorrido armonioso para contemplar la transformación que la Naturaleza imprime al paisaje, a la espera de la PRIMAVERA. 

- Los paisajes que le circundan, son como un decorado siempre erguido al fondo, cuando se miran desde las calles y plazas, tan grandiosas y próximas a sus costumbres, que pueden parecernos un espejismo.

MONTEHERMOSO donde la vegetación de ribera acogiese el frescor del agua que debía emanar de los pretiles convertidos en cascadas, y suavizar la ascensión hacia el espacio.